En Formato DIGITAL se LEE MEJOR.
Adquiéralo para PC y Dispositivos Móviles
Por $1.50
|
Obtenga más obras. Adquiera Paquete Promocional.
|
¿Quién se ha llevado mi Queso?
LA HISTORIA
QUE HAY DETRAS DEL CUENTO
Me encanta poder
contaros "la historia que hay detrás del cuento" ¿Quién
se ha llevado mi queso?, porque eso significa que el libro ya está
escrito y todos podemos acercarnos a él para leerlo, disfrutarlo y comentarlo
con los demás.
Esto es algo que yo
siempre había querido que ocurriera, desde la primera vez que Spencer Johnson,
hace ya años, me contó su fantástica historia del "queso", antes de
que escribiéramos juntos El ejecutivo al minuto.
Recuerdo que pensé
lo bueno que era el relato y lo útil que sería para mí desde aquel momento.
¿Quién
se ha llevado mi queso? es un cuento sobre el
cambio que tiene lugar en un laberinto donde cuatro divertidos personajes
buscan queso. El queso es una metáfora de lo que uno quiere tener en la vida,
ya sea un trabajo, una relación amorosa, dinero, una gran casa, libertad,
salud, reconocimiento, paz interior o incluso una actividad como correr o jugar
al golf.
Cada uno de
nosotros tiene su propia idea de lo que es el queso, y va tras él porque cree
que le hace feliz. Si lo consigue, casi siempre se encariña con él. Y si lo
pierde o se lo quitan, la experiencia suele resultar traumática.
En el cuento, el
"laberinto" representa el lugar donde pasas el tiempo en busca de lo
que deseas. Puede ser la organización en la que trabajas, la comunidad en la
que vives o las relaciones que mantienes en tu vida.
En mis charlas por
todo el mundo narro la historia del queso y muchas veces la gente me dice lo
mucho que les ha cambiado la vida.
Lo creas o no, este
relato ha salvado carreras, matrimonios e incluso vidas.
Uno de los muchos
ejemplos reales es el de Charlie Jones, el respetado locutor de la cadena
televisiva NBC, quien confesó que escuchar el cuento ¿Quién
se ha llevado mi queso? salvó su carrera.
Lo que ocurrió fue
lo siguiente: Charlie se había esforzado mucho y hecho un buen trabajo
retransmitie ndo las pruebas de atletismo de unos Juegos Olímpicos. Por eso,
cuando su jefe le dijo que había sido apartado de esa especialidad deportiva y
que en los siguientes Juegos tendría que encargarse de las retransmisiones de
natación y saltos, se quedó muy so rprendido y se enfadó.
Como no conocía tan
bien esos deportes, se sintió frustrado. El hecho de que no reconocieran
que había realizado una buena labor lo irritó. Le parecía injusto, y la ira
empezó a afectar todo lo que hacía.
Entonces le
contaron el cuento ¿Quién se ha llevado mi queso?
Después de oírlo,
se rió de sí mismo y cambió de actitud.. Advirtió que lo único que había
ocurrido era que su jefe "le había movido el queso", y se adaptó.
Aprendió sobre esos dos nuevos deportes y, en el proceso, descubrió que hacer
algo nuevo lo rejuvenecía.
Su Jefe no tardó en
reconocer su actitud y energía nuevas y en aumentar sus retribuciones. Disfrutó
de más éxito que nunca y se hizo una excelente reputación como
comentarista.
Esta es una de las
innumerables historias reales que he oído acerca del impacto que ha tenido este
cuento en muchas personas, en todos los ámbitos de la vida, desde el
profesional hasta el amoroso.
Tengo tanta fe en
la fuerza de ¿Quién se ha llevado mi queso? que hace
poco regalé un ejemplar de una edición previa del libro a todas las personas
(unas 200) que trabajan en nuestra empresa. ¿Por qué?
Porque, como toda
empresa que aspire no sólo a sobrevivir, sino a ser competitiva, Blanchard
Training Development está cambiando constantemente. Nos mueven "el
queso" sin parar. Mientras que en el pasado queríamos empleados leales,
hoy necesitamos personas flexibles que no sean posesivas con "la manera de
hacer las cosas aquí".
Y, como todos
sabemos, vivir en una permanente catarata de cambios suele ser estresante, a
menos que las personas tengan una manera de ver el cambio que las ayude a
comprenderlo. Y aquí es precisamente donde entra en acción el cuento del
"queso".
Cuando les hablé a
mis amigos del cuento y lo leyeron, casi noté que empezaban a desprenderse de
energía negativa. Una tras otra, todas las personas de la empresa se acercaron
para darme las gracias por el libro y para decirme lo mucho que les había
ayudado a contemplar desde una perspectiva diferente los cambios que se
producían en nuestra empresa. Esta breve parábola se lee en muy poco tiempo,
pero su impacto puede ser muy profundo.
El libro está
dividido en tres partes. En la primera, la reunión, unos antiguos compañeros de
instituto hablan de cómo afrontan los cambios que se producen en sus
respectivas vidas. La segunda parte es el cuento en sí, El cuento: ¿Quién se ha llevado mi queso?" y constituye el
núcleo del libro.
En la tercera
parte, "El debate". la gente comenta lo que el cuento ha significado
para ella y cómo va a utilizarlo en su trabajo y en su vida.
Algunos lectores
del manuscrito prefirieron detenerse al final del cuento y no leer "El
debate", a fin de interpretar el significado por sí mismos. Otros disfrutaron
leyéndolo porque les estimuló a pensar sobre cómo poner en práctica en su
situación lo que les había enseñado el relato.
En cualquier caso,
espero que cada vez que releas ¿Quién se ha llevado mi queso? encuentres algo
nuevo y útil en el cuento, tal como me ocurre a mí y que eso te ayude a
afrontar el cambio y a tener éxito, sea lo que sea el éxito para ti.
Con mis mejores
deseos, espero que disfrutes con lo que encuentres. Ah, y recuerda: ¡muévete
cuando se mueva el queso!
La reunión
Un soleado domingo,
en Chicago, varios antiguos compañeros de clase que habían sido buenos amigos
en la escuela se citaron para almorzar después de haber asistido la noche
anterior a la reunión de su escuela superior. Deseaban saber más detalles sobre
lo que sucedía en la vida de cada uno de ellos. Después de no pocas bromas y un
copioso almuerzo, iniciaron una interesante conversación.
Angela, que había
sido una de las alumnas más populares de la clase, dijo:
–Desde luego, la
vida resultó ser muy diferente a como creí que sería cuando estaba en las
escuela. Han cambiado muchas cosas.
–Ciertamente
–asintió Nathan. Todos sabían que se había hecho cargo del negocio de la
familia, que funcionaba del mismo modo y que formaba parte de la comunidad
local desde que tenían uso de razón. Por eso se sorprendieron al comprender que
parecía preocupado–. Pero ¿os habéis dado cuenta de que no queremos cambiar
cuando las cosas cambian?
–Supongo que nos
resistimos al cambio porque le tenemos miedo –Observó Carlos.
–Carlos, tú fuiste
el capitán del equipo de fútbol –intervino Jessica–. ¡Nunca creí posible oírte
decir que tienes miedo!
Todos se echaron a
reír al darse cuenta de que, a pesar de haber seguido direcciones muy
diferentes, desde trabajar en casa hasta dirigir empresas, experimentaban unos
sentimientos muy similares.
Todos trataban de
afrontar los inesperados cambios que les estaban ocurriendo en los últimos
años. Y la mayoría admitía no conocer una buena forma de manejarlos.
–A mí me daba miedo
cambiar –dijo entonces Michael–. Cuando se presentó un gran cambio en nuestra
empresa, no supimos que hacer. Así que no nos adaptamos y estuvimos a punto de
perderla. Pero entonces oímos contar un divertido y breve cuento que lo cambió
todo.
–¿De veras? –preguntó
Nathan.
–Bueno, el caso es
que esa narración transformó mi forma de considerar el cambio, de modo que en
lugar de verlo como la posibilidad de perder algo, empecé a verlo como la
oportunidad de ganar algo y comprendí cómo hacerlo. Después de eso, las cosas
mejoraron con rapidez, tanto en el trabajo como en mi vida personal.
“Al principio, me
molestó la evidente simplicidad del relato porque parecía algo que bien
pudieran habernos contado en la escuela.
“Fue entonces
cuando me di cuenta de que, en realidad, me sentía molesto conmigo mismo, por
no haber visto lo evidente ni haber hecho lo que verdaderamente funciona cuando
cambian las cosas.
“Al comprender que
los cuatro personajes de ese cuento representan las diversas partes de mí
mismo, decidí cómo quería actuar y cambié.
“Más tarde, se lo
conté a algunas personas de nuestra empresa, y ellas se lo contaron a su vez a
otras, y el negocio no tardó en mejorar considerablemente, gracias a que la
mayoría de nosotros aprendimos a adaptarnos mejor al cambio. Y, lo mismo que me
sucede a mí, son muchos los que afirman que también los ha ayudado en su vida
privada.
“Por otro lado,
fueron pocas las personas que dijeron no haber sacado nada en limpio de esta
narración. O bien conocían ya las lecciones y las vivían y ponían en práctica
o, lo que era más habitual, creían saberlo todo y no deseaban aprender. No se
daban cuenta de la razón por la que tantos otros se benefician de ella.
“Cuando uno de
nuestros altos ejecutivos, que tenía problemas para adaptarse, dijo que el
relato sólo era una pérdida de su valioso tiempo, otros se burlaron de él,
diciendo que sabían muy bien qué personaje representaba en el cuento,
refiriéndose con ello al que no aprendía nada nuevo y no cambiaba.
–¿Pero cuál es ese
cuento? –preguntó Angela.
–Se titula ¿Quién
se ha llevado mi queso?
Todos se echaron a
reír.
–Creo que esto ya
empieza a gustarme –dijo Carlos–. ¿Te importaría contárnoslo? Quizá podamos
sacarle partido.
–Pues claro –contestó
Michael–. Me encantará y, además, no se necesita mucho tiempo.
Y así fue como
empezó a contarlo.
La Narración
Erase
una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivían cuatro pequeños
personajes que recorrían un laberinto buscando el queso que los alimentara y
los hiciera sentirse felices.
Dos
de ellos eran ratones y se llamaban “Fisgón” y “Escurridizo”, y los otros dos
eran liliputienses, seres tan pequeños como los ratones, pero cuyo aspecto y
forma de actuar se parecía mucho a las gentes de hoy día. Se llamaban “Hem” y
“Haw”.
Debido a su pequeño
tamaño, sería fácil no darse cuenta de lo que estaban haciendo los cuatro. Pero
si se miraba con la suficiente atención, se descubrían las cosas más
extraordinarias.
Cada día, los
ratones y los liliputienses dedicaban el tiempo en el laberinto a buscar su
propio queso especial.
Los ratones, Fisgón
y Escurridizo, que sólo poseían simples cerebros de roedores, pero muy buen
instinto, buscaban un queso seco y duro de roer, como suelen hacer los ratones.
Los dos
liliputienses, Hem y Haw, utilizaban su cerebro, repleto de convicciones y
emociones, para buscar una clase muy diferente de Queso, con mayúscula, que
estaban convencidos los haría sentirse felices y alcanzar éxito.
Por muy diferentes
que fuesen los ratones y los liliputienses, tenían algo en común: cada mañana,
se colocaban sus atuendos y sus zapatillas de correr, abandonaban sus diminutas
casas y se ponían a correr por el laberinto en busca de su queso favorito.
El laberinto estaba
compuesto por pasillos y cámaras, algunas de las cuales contenían un queso
delicioso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida que no
conducían a ninguna parte. Era un lugar donde cualquiera podía perderse con
suma facilidad.
No obstante, el
laberinto contenía secretos que permitían disfrutar de una vida mejor a los que
supieran encontrar su camino.
Los ratones, Fisgón
y Escurridizo, utilizaban el sencillo método del tanteo para encontrar el
queso. Recorrían un pasadizo y, si lo encontraban vacío, se daban media vuelta
y recorrían otro. Recordaban los pasadizos donde no había queso y, de ese modo,
pronto empezaron a explorar nuevas zonas.
Fisgón utilizaba su
magnífica nariz para husmear la dirección general de donde procedía el olor del
queso, mientras que Escurridizo se lanzaba hacia delante. Se perdieron más de
una vez, como no podía ser de otro modo; seguían direcciones equivocadas y a
menudo tropezaban con las paredes. Pero al cabo de un tiempo, encontraban el
camino.
Al igual que los
ratones, Hem y Haw, los dos liliputienses, también utilizaban su capacidad para
pensar y aprender de experiencias del pasado. No obstante, se fiaban de su
complejo cerebro para desarrollar métodos más sofisticados de encontrar el
Queso.
A veces les salía
bien, pero en otras ocasiones se dejaban dominar por sus poderosas convicciones
y emociones humanas, que nublaban su forma de ver las cosas. Eso hacía que la
vida en el laberinto fuese mucho más complicada y desafiante.
A pesar de todo,
Fisgón, Escurridizo, Hem y Haw terminaron por encontrar el camino hacia lo que
andaban buscando. Cada uno encontró un día su propia clase de queso al final de
uno de los pasadizos, en el depósito de Queso Q.
Después de eso, los
ratones y los liliputienses se ponían cada mañana sus atuendos para correr y se
dirigían al depósito de Queso Q. Así, no tardaron mucho en establecer cada uno
su propia rutina.
Fisgón y
Escurridizo continuaron levantándose pronto cada día para recorrer el
laberinto, siguiendo siempre la misma ruta.
Una vez llegados a
su destino, los ratones se quitaban las zapatillas de correr, las ataban juntas
y se las colgaban del cuello, para poder utilizarlas de nuevo con rapidez en
cuanto las necesitaran. Por último, se dedicaban a disfrutar del queso.
Al principio, Hem y
Haw también se apresuraban cada mañana hacia el depósito de Queso Q, para
disfrutar de los jugosos nuevos bocados que los esperaban.
Pero al cabo de un
tiempo, los liliputienses establecieron una rutina diferente.
Hem y Haw se
levantaban cada día un poco más tarde, se vestían con algo más de lentitud y,
en lugar de correr, caminaban hacia el depósito de Queso Q.
Después de todo,
ahora ya sabían donde estaba el Queso y cómo llegar hasta él.
No tenían la menor
idea de donde provenía el Queso ni de quién lo ponía allí.
Simplemente,
suponían que estaría donde esperaban que estuviese.
Cada mañana, en
cuanto llegaban al depósito de queso Q, se instalaban cómodamente, como si
estuvieran en su casa. Colgaban los atuendos de correr, se quitaban las
zapatillas y se ponían las pantuflas. Ahora que habían encontrado el Queso
empezaban a sentirse muy cómodos.
–Esto es fantástico
–dijo Hem–. Aquí hay Queso suficiente para toda la vida.
Los liliputienses
se sentían felices; tenían la sensación de haber alcanzado el éxito y creían
estar seguros.
Hem y Haw no
tardaron en considerar que el Queso encontrado en el depósito de Queso Q era de
su propiedad. Allí había tantas reservas de Queso que finalmente trasladaron
sus hogares para estar más cerca y crear su vida social alrededor de ese lugar.
Para sentirse
todavía más cómodos, Hem y Haw decoraron las paredes con frases y hasta
dibujaron imágenes del Queso a su alrededor, lo que los hacia sonreír.
Una de aquellas
frases decía:
Tener Queso
te hace feliz
A veces, Hem y Haw
invitaban a sus amigos para que contemplaran su montón de Queso en el depósito
de queso Q, lo mostraban con orgullo y decían: “Bonito Queso, ¿verdad?”.
Algunas veces los compartían con sus amigos. Otras veces no.
–Nos merecemos este
Queso –dijo Hem, al tiempo que tomaba un trozo de queso fresco y se lo comía–.
Sin duda tuvimos que trabajar duro y durante mucho tiempo para encontrarlo.
Después de comer,
Hem se quedó dormido como solía sucederle.
Cada noche, los
liliputienses regresaban lentamente a casa, repletos de Queso, y cada mañana
volvían a buscar más, sintiéndose muy seguros de sí mismos.
Así se mantuvo la
situación durante algún tiempo.
Poco a poco, la
seguridad que Hem y Haw tenían en sí mismos se fue convirtiendo en la
arrogancia propia del éxito. Pronto se sintieron tan sumamente a gusto, que ni
siquiera se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo.
Por su parte,
Fisgón y Escurridizo continuaron con su rutina a medida que pasaba el tiempo.
Cada mañana llegaban temprano, husmeaban, marcaban la zona e iban de un lado a
otro del depósito de queso Q, comprobando si se había producido algún cambio
con respecto a la situación del día anterior. Luego, se sentaban tranquilamente
a roer el queso.
Una mañana llegaron
al depósito de Queso Q y descubrieron que no había queso.
No se
sorprendieron. Desde que Fisgón y Escurridizo empezaron a notar que la
provisión de queso disminuía cada día que pasaba, se habían preparado para lo
inevitable y supieron instintivamente qué tenían que hacer.
Se miraron el uno
al otro, tomaron las zapatillas de correr que llevaban atadas y
convenientemente colgadas del cuello, se las pusieron en las patas y se
anudaron los cordones.
Los ratones no se
entretuvieron en analizar demasiado las cosas.
Para ellos, tanto
el problema como la respuesta eran bien simples. La situación en el depósito de
Queso Q había cambiado. Así pues, Fisgón y Escurridizo decidieron cambiar.
Ambos se quedaron
mirando hacia el inescrutable laberinto. Luego, Fisgón levantó ligeramente la
nariz, husmeó y le hizo señas a Escurridizo, que echó a correr por el laberinto
siguiendo la indicación de Fisgón, seguido por éste con toda la rapidez que
pudo.
Muy pronto ya
estaban en busca de Queso Nuevo.
Algo más tarde, ese
mismo día, Hem y Haw llegaron al depósito de Queso Q.
No habían prestado
la menor atención a los pequeños cambios que se habían ido produciendo cada
día, así que daban por sentado que allí encontrarían su Queso, como siempre.
No estaban
preparados para lo que descubrieron.
–¡Qué! ¿No hay
Queso? –gritó Hem, y siguió gritando–: ¿No hay Queso? ¿No hay nada de Queso?,
–como si el hecho de gritar cada vez más fuerte bastara para que reapareciese.
¿Quién se ha
llevado mi Queso? –aulló.
Finalmente, puso
los brazos en jarras, con la cara enrojecida, y gritó con toda la fuerza de su
voz:
–¡No hay derecho!
Haw, por su parte,
se limitó a sacudir la cabeza con incredulidad. El también estaba seguro de
encontrar Queso en el depósito de Queso Q. Se quedó allí de pie durante largo
rato, como petrificado por la conmoción. No estaba preparado para esto.
Hem gritaba algo,
pero Haw no quería escucharlo. No quería tener que enfrentarse con esta nueva
situación, así que hizo oídos sordos.
El comportamiento
de los liliputienses no era precisamente halagüeño no productivo, aunque sí
comprensible.
Encontrar el Queso
no les había resultado fácil, y para los liliputienses significaba mucho más
que, simplemente, tener cada día qué comer.
Para ellos,
encontrar el Queso era su forma de conseguir lo que creían necesitar para ser
felices. Tenían sus propias ideas acerca de lo que el Queso significaba para
ellos, dependiendo de su sabor.
Para algunos,
encontrar Queso equivalía a tener cosas materiales. Para otros, significaba
disfrutar de buena salud o desarrollar un sentido espiritual de bienestar.
Para Haw, por
ejemplo, el Queso significaba sentirse seguro, tener algún día una familia
cariñosa y vivir en una bonita casa de campo en la Vereda Cheddar.
Para Hem, el Queso
significaba convertirse en un Gran Quesero que mandara a muchos otros y en ser
propietario de una gran casa en lo alto de Colina Camembert.
Puesto que el Queso
era tan importante para ellos, los dos liliputienses emplearon bastante tiempo
en decidir qué hacer. Lo único que se les ocurrió fue seguir mirando por los
alrededores del depósito Sin Queso, para comprobar si el Queso había
desaparecido realmente.
Mientras que Fisgón
y Escurridizo se habían puesto en movimiento con rapidez, Hem y Haw seguían con
sus indecisiones y exclamaciones.
Despotricaban y
desvariaban ante la injusticia de la situación. Haw empezó a sentirse
deprimido. ¿Qué ocurriría si el Queso seguía sin estar allí a la mañana
siguiente? Precisamente había hecho planes para el futuro, basándose en la
presencia de ese Queso.
Los liliputienses
no podían creer lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo podía haber sucedido una cosa
así? Nadie les había advertido de nada. No era justo. Se suponía que las cosas
no debían ser así.
Hem y Haw
regresaron aquella noche a sus casas hambrientos y desanimados.
Pero antes de
marcharse, Haw escribió en la pared:
Cuanto más importante es el Queso para ti,
tanto más deseas conservarlo.
Al día siguiente,
Hem y Haw abandonaron sus hogares y regresaron de nuevo al depósito Sin Queso,
confiando, de algún modo, en volver a encontrar Queso.
Pero la situación
no había variado; el Queso ya no estaba allí. Los liliputienses no sabían que
hacer. Hem y Haw se quedaron allí, inmovilizados como dos estatuas.
Haw cerró los ojos
con toda la fuerza que pudo y se cubrió las orejas con las manos. Lo único que
deseaba era bloquear todo tipo de percepciones. No quería saber que la
provisión de Queso había ido disminuyendo gradualmente. Estaba convencido de
que había desaparecido de repente.
Hem analizó una y
otra vez la situación y, finalmente, su complicado cerebro, con su enorme
sistema de creencias, se afianzó en su lógica.
–¿Por qué me han
hecho esto? –preguntó–. ¿Qué está pasando aquí?
Haw abrió los ojos,
miró a su alrededor y dijo:
–Y, a propósito,
¿dónde están Fisgón y Escurridizo? ¿Crees que ellos saben algo que nosotros no
sepamos?
–¿Qué demonios
podrían saber ellos? –replicó Hem con sorna–. No son más que simples ratones.
Escasamente responden a lo que sucede.
Nosotros, en
cambio, somos liliputienses. Somos más inteligentes que los ratones. Deberíamos
poder encontrar una solución a esto.
–Sé que somos más
inteligentes –asintió Haw–, pero por el momento no parece que estemos actuando
como tales. Las cosas están cambiando aquí, Hem.
Quizá también
tengamos que cambiar nosotros y actuar de modo diferente.
–¿Y por qué íbamos
a tener que cambiar? –replicó Hem–. Somos liliputienses.
Somos seres
especiales. Este tipo de cosas no debería habernos ocurrido a nosotros y, si
nos ha sucedido, tendríamos que sacarle al menos algún beneficio.
–¿Y por qué crees
que deberíamos obtener un beneficio? –preguntó Haw.
–Porque tenemos
derecho a ello –afirmó Hem.
–¿Derecho a qué?
–quiso saber Haw
–Pues derecho a
nuestro Queso.
–¿Por qué?
–insistió Haw
–Pues porque no
fuimos nosotros los causantes de este problema –contestó Hem–. Alguien lo ha
provocado, y nosotros deberíamos aprovecharnos de la situación.
–Quizá lo que
debamos hacer –sugirió Haw– sea dejar de analizar tanto las cosas y ponernos a
buscar algo de Queso Nuevo.
–Ah, no –exclamó
Hem–. Estoy decidido a llegar hasta el fondo de este asunto.
Mientras Hem y Haw
seguían tratando de decidir que hacer, Fisgón y Escurridizo ya hacia tiempo que
se habían puesto patas a la obra. Llegaron más lejos que nunca en los recovecos
del laberinto, recorrieron nuevos pasadizos y buscaron el queso en todos los
depósitos de Queso que encontraron.
No pensaban en
ninguna otra cosa que no fuese encontrar Queso Nuevo.
No encontraron nada
durante algún tiempo, hasta que finalmente llegaron a una zona del laberinto en
la que nunca habían estado con anterioridad: el depósito de Queso N.
Lanzaron grititos
de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran reserva de
Queso Nuevo.
Apenas podían creer
lo que veían sus ojos. Era la mayor provisión de queso que jamas hubieran visto
los ratones.
Mientras tanto, Hem
y Haw seguían en el depósito de Queso Q, evaluando la situación. Empezaban a
sufrir ahora los efectos de no tener Queso. Se sentían frustrados y coléricos,
y se acusaban el uno al otro por la situación en que se hallaban.
De vez en cuando,
Haw pensaba en sus amigos los ratones, en Fisgón y Escurridizo, y se preguntaba
si acaso habrían encontrado ya algo de queso. Estaba convencido de que debían
de estar pasándolo muy mal, puesto que recorrer el laberinto de un lado a otro
siempre suponía un tanto de incertidumbre. Pero también sabia que, muy
probablemente, esa incertidumbre no les duraría mucho.
A veces, Haw
imaginaba que Fisgón y Escurridizo habían encontrado Queso Nuevo, del que ya
disfrutaban. Penso en lo bueno que sería para él emprender una aventura por el
laberinto y encontrar Queso Nuevo. Casi lo saboreaba ya.
Cuanto mayor era la
claridad con la que veía su propia imagen descubriendo y disfrutando del Queso
Nuevo, tanto más se imaginaba a sí mismo en el acto de abandonar el despósito
de Queso Q.
–¡Vámonos! –exclamó
entonces, de repente.
–No –se apresuró a
responder Hem–. Me gusta estar aquí. Es un sitio cómodo.
Esto es lo que
conozco. Además, salir por ahí fuera es peligroso.
–No, no lo es –le
replicó Haw–. En otras ocasiones anteriores ya hemos recorrido muchas partes
del laberinto y podemos hacerlo de nuevo.
–Empiezo a sentirme
demasiado viejo para eso –dijo Hem–. Y creo que no me interesa la perspectiva
de perderme y hacer el ridículo. ¿Acaso a ti te interesa eso?
Y, con ello, Haw
volvió a experimentar el temor al fracaso y se desvaneció su esperanza de
encontrar Queso Nuevo.
Así que los
liliputienses siguieron haciendo cada día lo mismo que habían hecho hasta
entonces. Acudían al depósito de Queso Q, no encontraban Queso alguno y regresaban
a casa cargados únicamente con sus preocupaciones y frustraciones.
Intentaron negar lo
que estaba ocurriendo, pero cada noche les resultaba más difícil dormir, y al
día siguiente les quedaba menos energía y se sentían más irritables.
Sus hogares ya no eran
los lugares acogedores y reconfortantes que habían sido en otros tiempos. Los
liliputienses tenían dificultades para dormir y sufrían pesadillas por no
encontrar ningún Queso.
Pero Hem y Haw
seguían regresando cada día al depósito de Queso Q, donde se limitaban a
esperar.
–¿Sabes? –dijo un
día Hem–, si nos esforzásemos un poco más quizá descubriríamos que las cosas no
han cambiado tanto. Probablemente, el Queso esta cerca. Es posible que lo
escondieran detrás de la pared.
Al día siguiente,
Hem y Haw regresaron provistos de herramientas. Hem sostenía el cincel que Haw
golpeaba con el martillo, hasta que, tras no poco esfuerzo, lograron abrir un
agujero en la pared del depósito de Queso Q. Se asomaron al otro lado, pero no
encontraron Queso alguno.
Se sintieron
decepcionados, pero convencidos de poder solucionar el problema. Así que, a
partir de entonces, empezaron a trabajar más pronto y más duro y se quedaron
hasta más tarde. Pero, al cabo de un tiempo, lo único que habían conseguido era
hacer un gran agujero en la pared.
Haw empezaba a
comprender la diferencia entre actividad y productividad.
–Quizá debamos
limitarnos a permanecer sentados aquí y ver que sucede –
sugirió Hem–. Tarde
o temprano tendrán que devolver el Queso a su sitio.
Haw deseaba creerlo
así, de modo que cada día regresaba a casa para descansar y luego volvía de
mala gana al depósito de Queso Q, en compañía de Hem.
Pero el queso no
reapareció nunca.
A estas alturas,
los liliputienses ya comenzaban a sentirse débiles a causa del hambre y del
estrés. Haw estaba cansado de esperar, pues su situación no mejoraba lo más
mínimo. Empezó a comprender que, cuanto más tiempo permanecieran sin Queso,
tanto más difícil sería la situación para ellos.
Haw sabía muy bien
que estaban perdiendo su ventaja.
Finalmente, un buen
día, Haw se echo a reír de si mismo.
–Fíjate. Seguimos
haciendo lo mismo de siempre, una y otra vez, y encima nos preguntamos por que
no mejoran las cosas. Si esto no fuera tan ridículo, hasta resultaría
divertido.
A Haw no le gustaba
la idea de tener que lanzarse de nuevo a explorar el laberinto, porque sabía
que se perdería y no tenía ni la menor idea de donde podría encontrar Queso.
Pero no pudo evitar reír de su estupidez, al comprender lo que le estaba
haciendo su temor.
–¿Dónde dejamos las
zapatillas de correr? –le preguntó a Hem.
Tardaron bastante
en encontrarlas, porque cuando habían encontrado Queso en el depósito de Queso
Q, las habían arrinconado en cualquier parte creyendo que ya no volverían a
necesitarlas.
Cuando Hem vio a su
amigo calzándose las zapatillas, le preguntó:
–No pensarás en
serio en volver a internarte en ese laberinto ¿verdad? ¿Por qué no te limitas a
esperar aquí conmigo hasta que nos devuelvan el Queso?
–Veo que no
entiendes nada –contestó Haw–. Yo tampoco quise verlo así, pero ahora me doy
cuenta de que nadie nos va a devolver el Queso de ayer. Ya es hora de encontrar
Queso Nuevo.
–Pero ¿y si resulta
que ahí fuera no hay ningún Queso? –replicó Hem–. Y
aunque lo hubiera,
¿y si no lo encuentras?
–Pues no sé –contestó
Haw.
El también se había
hecho esas mismas preguntas muchas veces y experimentó de nuevo los temores que
le mantenían donde estaba.
“¿Dónde tengo más
probabilidades de encontrar Queso, aquí o en el laberinto?”, se preguntó a sí
mismo.
Se hizo una imagen
mental. Se vio a sí mismo aventurándose por el laberinto, con una sonrisa en la
cara.
Aunque esta imagen
le sorprendió, lo cierto es que le hizo sentirse bien. Se imaginó perdiéndose
de vez en cuando en el laberinto, pero experimentaba la suficiente seguridad en
sí mismo de que encontraría finalmente Queso Nuevo y todas las cosas buenas que
lo acompañaban. Así que, finalmente, hizo acopio de todo su valor.
Luego, utilizó su
imaginación para hacerse la imagen más verosímil que pudiera concebir, acompañada
por los detalles más realistas, de sí mismo al encontrar y disfrutar con el
sabor del Queso Nuevo.
Se imaginó comiendo
sabroso queso suizo con agujeros, queso cheddar de brillante color anaranjado,
quesos estadounidenses, mozzarella italiana, y el maravillosamente pastoso
camembert francés, y…
Entonces oyó a Hem
decir algo y tomó conciencia de hallarse todavía en el depósito de Queso Q.
–A veces, las cosas
cambian y ya nunca más vuelven a ser como antes –dijo Haw–. Y ésta parece ser
una de esas ocasiones. ¡Así es la vida! Sigue adelante, y nosotros deberíamos
hacer lo mismo.
Haw miró a su
demacrado compañero y trató de infundirle sentido común, pero el temor de Hem
se transformó en cólera y no quiso escucharle.
Haw no tenía la
intención de ser grosero con su amigo, pero no pudo evitar echarse a reír ante
la estupidez de ambos.
Mientras se
preparaba para marcharse, empezó a sentirse más animado, sabiendo que
finalmente había logrado reírse de sí mismo, dejar atrás el pasado y seguir
adelante.
Haw se echo a reír
con fuerza y exclamó:
–¡Es hora de
explorar el laberinto!
Hem no se rió ni
dijo nada.
Antes de partir,
Haw tomo una piedra pequeña y afilada y escribió un pensamiento muy serio en la
pared, para darle a Hem algo en lo que pensar. Tal como era su costumbre, trazó
incluso un dibujo de queso alrededor, confiando en que eso le ayudara a Hem a
sonreír, a tomarse la situación más a la ligera y seguirle en la búsqueda de
Queso Nuevo. Pero Hem no quiso mirar lo escrito, que decía:
Si no cambias,te puedes extinguir.
Luego, Haw asomó la
cabeza por el agujero que habían abierto y miró ansioso hacia el laberinto.
Pensó en como habían llegado a esta situación sin Queso.
Durante un tiempo
había creído que bien podría no haber nada de Queso en el laberinto, o que
quizá no lo encontrara. Esas temerosas convicciones no hicieron sino
inmovilizarlo y anularlo.
Sonrió. Sabía que,
interiormente, Hem seguía preguntándose “¿Quién se ha llevado mi queso?”, pero
Haw, en cambio, se preguntaba: “¿Por qué no me levanté antes y me moví con el
Queso?”
Al empezar a
internarse en el laberinto, miró hacia atrás, en dirección al lugar donde había
venido y donde tantas satisfacciones había encontrado. Casi notaba como si una
parte de sí mismo se sintiera atraída hacia atrás, el territorio que le
resultaba familiar, a pesar de que ya hacía tiempo que no encontraba allí nada
de Queso.
Haw se sintió más
ansioso y se preguntó si realmente deseaba internarse en el laberinto. Escribió
una frase en la pared, por delante de él, y se quedó mirándola fijamente
durante un tiempo:
¿Qué harías si no tuvieras miedo?
Pensó en ello.
Sabía que, a veces,
un poco de temor puede ser bueno. Cuando se teme que las cosas empeoren si no
se hace algo, puede sentirse uno impulsado a la acción.
Pero no es bueno
sentir tanto miedo que le impida a uno hacer nada.
Miró a la derecha,
hacia la parte del laberinto donde nunca había estado, y sintió temor.
Luego, inspiró
profundamente, giró hacia la derecha y empezó a internarse en el laberinto,
caminando lentamente en dirección a lo desconocido.
Mientras trataba de
encontrar su camino, Haw pensó que quizá había esperado demasiado tiempo en el
depósito de Queso Q. Hacia ya tantos días que no comía Queso que ahora se
sentía débil. Como consecuencia de ello, le resultó más laborioso y complicado
de lo habitual el abrirse paso por el laberinto. Decidió que, si volvía a tener
la oportunidad, abandonaría antes su zona de comodidad y se adaptaría con mayor
rapidez al cambio. Eso le facilitaría las cosas en el futuro.
Luego, esbozó una
suave sonrisa al tiempo que pensaba: “Más vale tarde que nunca”.
Durante algunos
días fue encontrando un poco de Queso aquí y allá, pero nada que durase mucho
tiempo. Había confiado en encontrar Queso suficiente para llevarle algo a Hem y
animarlo a que lo acompañara en su exploración del laberinto.
Pero Haw todavía no
se sentía bastante seguro de sí mismo. Tenía que admitir que experimentaba
confusión en el laberinto. Las cosas parecían haber cambiado desde la última
vez que estuvo por allí fuera.
Justo cuando creía
estar haciendo progresos, se encontraba perdido en los pasadizos. Parecía como
si efectuara su progreso a base de avanzar dos pasos y retroceder uno. Era un
verdadero desafío, pero debía reconocer que hallarse de nuevo
en el laberinto, a
la búsqueda del Queso, no era tan malo como en un principio le había parecido.
A medida que
transcurría el tiempo, empezó a preguntarse si era realista por su parte
confiar en encontrar Queso Nuevo. Se preguntó si acaso no abrigaba demasiadas
esperanzas. Pero luego se echó a reír, al darse cuenta de que, por el momento,
no tenía nada que perder.
Cada vez que se
notaba desanimado, se recordaba a sí mismo que, en realidad, lo que estaba
haciendo, por incómodo que fuese en ese momento, era mucho mejor que seguir en
una situación sin Queso. Al menos ahora controlaba la situación, en lugar de
dejarse llevar por las cosas que sucedían.
Entonces, se dijo a
sí mismo que si Fisgón y Escurridizo habían sido capaces de seguir adelante,
¡también podía hacerlo él!
Más tarde, al
considerar todo lo ocurrido, comprendió que el Queso del depósito de Queso Q no
había desaparecido de la noche a la mañana, como en otro tiempo creyera. Hacia
el final, la cantidad de Queso que encontraban había ido disminuyendo y lo que
quedaba se había vuelto rancio. Su sabor ya no era tan bueno.
Hasta era posible
que en el Queso Viejo hubiera empezado a aparecer moho, aunque él no se hubiera
dado cuenta. Debía admitir, no obstante, que si hubiese querido, probablemente
habría podido imaginar lo que se le venía encima. Pero no lo había hecho.
Ahora se daba
cuenta de que, probablemente, el cambio no le habría pillado por sorpresa si se
hubiese mantenido vigilante ante lo que ocurría y se hubiese anticipado al
cambio. Quizá fuera eso lo que hicieron Fisgón y Escurridizo.
Decidió que, a
partir de ahora, se mantendría mucho más alerta. Esperaría a que se produjese
el cambio y saldría a su encuentro. Confiaría en su instinto básico para
percibir cuando se iba a producir el cambio y estaría preparado para adaptarse
a él. Se detuvo para descansar y escribió en la pared del laberinto:
Olfatea el Queso con frecuencia
para saber cuando comienza a enmohecerse.
Algo más tarde,
después de no haber encontrado Queso alguno durante lo que le parecía mucho tiempo,
Haw se encontró finalmente con un enorme depósito de Queso que le pareció
prometedor. Al entrar en él, sin embargo, se sintió muy decepcionado al
descubrir que se hallaba completamente vacío.
“Esta sensación de
vacío me ha ocurrido con demasiada frecuencia”, pensó. Y
sintió deseos de
abandonar la búsqueda.
Poco a poco, perdía
su fortaleza física. Sabía que estaba perdido y temía no poder sobrevivir.
Pensó en darse media vuelta y regresar hacia el depósito de Queso Q. Al menos,
si lograba llegar hasta él y Hem seguía allí, no se sentiría tan solo.
Entonces se hizo de
nuevo la misma pregunta: “¿Qué haría si no tuviera miedo?”.
Haw creía haber
dejado el miedo atrás, pero en realidad experimentaba miedo con mucha mayor
frecuencia de lo que le gustaba tener que admitir, incluso para sus adentros.
No siempre estaba seguro de saber de qué tenia miedo, pero, en el debilitado
estado en que se hallaba, ahora ya sabía que se trataba, simplemente, de miedo
a seguir solo. Haw no lo sabía, pero se retrasaba debido a que sus temerosas
convicciones todavía pesaban demasiado sobre él.
Se preguntó si Hem
se habría movido de donde estaba o continuaba paralizado por sus propios
temores. Entonces, recordó las ocasiones en que se sintió en su mejor forma en
el laberinto. Eran precisamente aquellas en las que avanzaba.
Consciente de que
se trataba más de un recordatorio para sí mismo, antes que de un mensaje para
Hem, escribió esperanzado lo siguiente en la pared:
El movimiento hacia una nueva dirección
te ayuda a encontrar Queso Nuevo.
Haw miró hacia el
oscuro pasadizo y percibió el temor que sentía. ¿Qué habría allá delante?
¿Estaría vacío? O, lo que era peor, ¿le acechaban peligros ignotos?
Empezó a imaginar
todas las cosas aterradoras que podían ocurrirle. El mismo se infundía un miedo
mortal.
Entonces, se echó a
reír de sí mismo. Se dio cuenta de que sus temores no hacían sino empeorar las
cosas. Así pues, hizo lo que haría si no tuviera miedo. Echó a caminar en una
nueva dirección.
Al iniciar el
descenso por el oscuro pasadizo, sonrió. Todavía no se daba cuenta, pero
empezaba a descubrir que era lo que nutría su alma. Se dejaba llevar y confiaba
en lo que le esperaba más adelante, aunque no supiera exactamente qué era.
Ante su sorpresa,
Haw empezó a disfrutar cada vez más. “¿Cómo es posible que me sienta tan bien?
–se preguntó–. No tengo Queso alguno y no sé a donde voy” Al cabo de poco
tiempo, supo por que se sentía bien.
Se detuvo para
escribir de nuevo sobre la pared:
Cuando dejas atrás tus temores,
te sientes libre.
Haw se dio cuenta
de que había permanecido prisionero de su propio temor. El hecho de moverse en
una nueva dirección lo había liberado.
Ahora notó la brisa
fría que soplaba en esta parte del laberinto y que le refrescaba. Respiró
profundamente y se sintió vigorizado por el movimiento. Una vez superado el
miedo, resultó que podía disfrutar mucho más de lo que hubiera creído posible.
Haw no se sentía
tan bien desde hacia mucho tiempo. Casi se le había olvidado lo muy divertido
que podía ser lanzarse a la búsqueda de algo.
Para mejorar aún
más las cosas, empezó a formarse de nuevo una imagen en su mente. Se vio a sí
mismo con gran detalle realista, sentado en medio de un motón de sus quesos
favoritos, desde el cheddar hasta el brie. Se imaginó comiendo tanto queso como
quisiera y se regodeó con esa imagen. Luego, pensó en lo mucho que disfrutaría
con estos exquisitos sabores.
Cuanto más
claramente concebía la imagen de sí mismo disfrutando con Queso Nuevo, tanto
más real y verosímil se hacía ésta. Estaba seguro de que terminaría por
encontrarlo.
Escribió entonces:
Imaginarme disfrutando de Queso nuevo
antes incluso de encontrarlo
me conduce hacia él.
Haw siguió pensando
en lo que podía ganar, en lugar de detenerse a pensar en lo que perdía.
Se preguntó por que
siempre le había parecido que un cambio le conduciría a algo peor. Ahora se
daba cuenta de que el cambio podía conducir a algo mejor.
“¿Por qué no me di
cuenta antes?”, se preguntó a sí mismo.
Luego, siguió
caminando presuroso por el laberinto, infundido de nueva fortaleza y agilidad.
Al cabo de poco tiempo distinguió un depósito de Queso y se sintió muy animado
al observar pequeños trozos de Queso Nuevo cerca de la entrada.
Encontró tipo de
Queso que nunca había visto con anterioridad, pero que ofrecían un aspecto
magnífico. Los probó y le parecieron deliciosos. Se comió la mayor parte de los
trozos de Queso Nuevo que encontró y se guardó unos pocos para comerlos más
tarde y quizás compartirlos con Hem. Empezó a recuperar su fortaleza.
Entró en el
depósito de Queso sintiéndose muy animado. Pero, para su consternación,
descubrió que estaba vacía. Alguien más había estado ya allí, dejando sólo unos
pocos trozos de Queso Nuevo.
Llegó a la
conclusión de que, si hubiera llegado antes, muy probablemente habría encontrado
una buena provisión de Queso Nuevo.
Decidió regresar
para comprobar si Hem se animaba a unirse a él en la búsqueda de Queso Nuevo.
Mientras volvía
sobre sus pasos, se detuvo y escribió en la pared:
Cuanto más rápidamente te olvides del Queso
Viejo,
antes encontrarás el Queso Nuevo
Al cabo de un rato,
Haw inició el regreso al depósito de Queso Q y encontró a Hem, a quien ofreció
unos trozos de Queso Nuevo, que éste rechazó.
Hem aprecio el
gesto de su amigo, pero le dijo:
-No creo que me
vaya a gustar el Queso Nuevo. No es a lo que estoy acostumbrado. Quiero que me
devuelvan mi propio Queso, y no voy a cambiar hasta que no consiga lo que
deseo.
Haw se limitó a
sacudir la cabeza con pesar, decepcionado. Algo más tarde, de mala gana, volvió
a marcharse solo. Mientras regresaba hasta el punto más alejado que había
alcanzado en el laberinto, echó de menos a su amigo, pero esos pensamientos
desaparecieron en cuanto se dio cuenta de lo mucho que le agradaba lo que
estaba descubriendo. Antes incluso de encontrar lo que confiaba fuese una gran
provisión de Queso Nuevo, si es que la encontraba alguna vez, ya sabía que no
era únicamente el tener Queso lo que le hacía sentirse feliz.
Se sentía feliz por
el simple hecho de no permitir que el temor dictaminara sus decisiones. Le
gustaba lo que estaba haciendo ahora.
Consciente de ello,
Haw no se sintió tan débil como cuando estaba en el depósito de Queso Q, sin
Queso. Experimentó la sensación de tener nuevas fuerzas por el simple hecho de
saber que no iba a permitir que su temor le detuviera, y que había tomado una
nueva dirección, alimentado por ese conocimiento.
Ahora, estaba
convencido de que encontrar lo que necesitaba sólo era cuestión de tiempo. De
hecho, tuvo la impresión de haber descubierto ya lo que andaba buscando.
Sonrió al darse
cuenta:
Es más seguro buscar
en el laberinto que
permanecer en una
situación sin Queso.
Tal como le
sucediera antes, comprendió que aquello de lo que se tiene miedo nunca es tan
malo como lo que uno se imagina. El temor que se acumula en la mente es mucho
peor que la situación que existe en realidad.
Al principio de su
nueva búsqueda experimentó tanto miedo de no encontrar nunca Queso Nuevo que ni
siquiera deseó empezar a buscarlo. Pero lo cierto es que, desde que iniciara su
viaje, había encontrado en los pasadizos Queso suficiente para continuar la
búsqueda. Ahora, esperaba con ilusión encontrar más. El simple hecho de mirar
hacia delante ya resultaba estimulante.
Su antigua forma de
pensar se había visto nublada por sus preocupaciones y temores. Antes solía
pensar en no tener Queso suficiente o en que éste no durase tanto como deseaba.
Pensaba más en lo que pudiera salir mal que en lo que podía salir bien.
Pero eso cambio por
completo desde que saliera por primera vez del depósito de Queso Q.
Antes pensaba que
nunca deberían haberles cambiado el Queso de sitio y que ese cambio no era
justo.
Ahora se daba
cuenta de que era natural que el cambio se produjese continuamente, tanto si
uno lo esperaba como si no. El cambio sólo le sorprende a uno si no lo espera
ni cuenta con él.
Al comprender
repentinamente que habían cambiado sus convicciones, se detuvo para escribir en
la pared:
Las viejas convicciones
no te conducen al Queso Nuevo
Haw no había
encontrado aún Queso, pero mientras recorría el laberinto pensó en todo lo
aprendido hasta entonces.
Ahora comprendía
que sus nuevas convicciones estaban favoreciendo la adopción de nuevos
comportamientos. Se comportaba de modo muy diferente a como lo hacía cuando
regresó al depósito sin Queso, en busca de Hem.
Sabía que, al
cambiar las convicciones, también se cambia lo que se hace.
Uno puede estar
convencido de que un cambio le causará daño y resistirse por tanto al mismo; o
bien puede creer que encontrar Queso Nuevo le ayudará, y entonces acepta el cambio.
Todo depende de lo
que uno prefiera creer. Así que escribió en la pared:
Al comprender que
puedes encontrar
Queso Nuevo y
disfrutarlo, cambias el
curso que sigues.
Haw sabía ahora que
habría estado en mejor forma si hubiera afrontado el cambio mucho más
rápidamente y abandonado antes el depósito de Queso Q. Se habría sentido más
fuerte de cuerpo y espíritu y podría haber afrontado mucho mejor el desafío de
encontrar Queso Nuevo. De hecho, quizá ya lo habría encontrado a estas alturas
si hubiese esperado el cambio y permanecido atento, en lugar de desperdiciar el
tiempo negando que ese cambio ya se había producido.
Utilizó de nuevo su
imaginación y se vio a sí mismo descubriendo y saboreando el Queso Nuevo.
Decidió continuar por las zonas más desconocidas del laberinto y encontró
pequeños trozos de queso aquí y allá. Haw empezó a recuperar su fortaleza y
seguridad en sí mismo.
Al pensar en el
lugar del que procedía, se sintió contento de haber escrito frases en la pared,
en tantos lugares diferentes de su andadura. Confiaba en que eso sirviera como
una especie de sendero marcado que Hem pudiera seguir a través del laberinto,
si es que alguna vez se decidía a abandonar el depósito de Queso Q.
Haw sólo confiaba
en estar dirigiéndose en la dirección correcta. Pensó en la posibilidad de que
Hem leyera las frases escritas en la pared y encontrara su camino.
Escribió en la
pared lo que venía pensando desde hacia algún tiempo:
Observar pronto los
pequeños cambios te
ayuda a adaptarte a
los grandes cambios
por venir.
Para entonces, Haw
ya se había desprendido del pasado y se estaba adaptando con efectividad al
presente.
Continuó por el
laberinto con mayor fortaleza y velocidad. Y, entonces, no tardó en suceder lo
que tanto anhelaba.
Cuando ya tenía la
impresión de estar perdido en el laberinto desde hacía una eternidad, su viaje,
o al menos esta parte del mismo, terminó felizmente y con sorprendente rapidez.
Haw siguió por un
pasadizo que le resultaba nuevo, dobló una esquina y allí encontró el Queso
Nuevo en el depósito de Queso N.
Al entrar en él,
quedó asombrado ante lo que vio. Allí amontonado estaba el mayor surtido de
Queso que hubiera visto jamás. No reconoció todos los que vio, ya que algunas
clases eran nuevas para él.
Por un momento, se
preguntó si se trataba de algo real o sólo era el producto de su imaginación,
hasta que descubrió la presencia de sus viejos amigos Fisgón y Escurridizo.
Fisgón le dio la
bienvenida con un gesto de la cabeza, y Escurridizo hasta lo saludó con una de
sus patas. Sus pequeños y gruesos vientres demostraban que ya llevaban allí
desde hacía algún tiempo.
Haw los saludó con
rapidez y pronto se dedicó a probar bocados de cada uno de sus Quesos
favoritos. Se quitó las zapatillas de correr, les ató los cordones y se las
colgó al cuello por si acaso las necesitaba de nuevo. Fisgón y Escurridizo se
echaron a reír. Asintieron con gestos de cabeza, como muestra de admiración.
Luego, Haw se lanzó hacia el Queso Nuevo. Una vez que se hartó, levantó un
trozo de Queso fresco e hizo un brindis.
–¡Viva el cambio!
Mientras disfrutaba
del Queso nuevo, reflexionó sobre lo que había aprendido.
Comprendió que en
aquellos momentos en los que temía cambiar, no había hecho sino aferrarse a la
ilusión de que el Queso Viejo ya no estaba allí.
Entonces, ¿qué le
había hecho cambiar? ¿Acaso el temor de morir de hambre?
No pudo evitar una
sonrisa al pensar que, en efecto, eso le había ayudado.
Luego se echó a
reír al darse cuenta de que había empezado a cambiar en cuanto aprendió a
reírse de sí mismo y de todo lo que hacia mal. Comprendió que la forma más
rápida de cambiar consistía en reírse de la propia estupidez, pues sólo así
puede uno desprenderse de ella y seguir rápidamente su camino.
Era consciente de
haber aprendido algo útil de sus amigos ratones, Fisgón y Escurridizo, algo
importante sobre seguir adelante. Ellos procuraban que la vida fuese simple. No
analizaban en exceso ni supercomplicaban las cosas. En cuanto cambió la
situación y el Queso cambió de sitio, ellos también cambiaron y se trasladaron con
el Queso. Eso era algo que nunca olvidaría.
Haw también había
utilizado su maravilloso cerebro para hacer aquello que los liliputienses saben
hacer mejor que los ratones.
Se imaginó a si
mismo, con todo detalle realista, encontrando algo mejor…, mucho mejor.
Reflexionó sobre
los errores que había cometido en el pasado y los utilizó para planificar para
el futuro. Ahora sabía que se puede aprender a afrontar el cambio.
Se puede ser más
consciente de la necesidad de procurar que las cosas sean simples, de ser
flexible y moverse con rapidez.
No hay necesidad
alguna de supercomplicar las cosas o de confundirse uno mismo con temerosas
creencias.
Hay que permanecer
atento para detectar cuando empiezan los pequeños cambios y estar así mejor
preparado para el gran cambio que puede llegar a producirse.
Conocía ahora la
necesidad de adaptarse con mayor rapidez, pues si uno no se adapta a tiempo, es
muy posible que ya no pueda hacerlo.
Debía de admitir
que el mayor inhibidor del cambio se encuentra dentro de uno mismo, y que nada
puede mejorar mientras no cambie uno mismo.
Y, quizá lo más
importante, se dio cuenta de que siempre hay Queso nuevo ahí fuera, tanto si
uno sabe reconocerlo a tiempo como si no. Y que uno se ve recompensado con él
en cuanto se dejan atrás los temores y se disfruta con la aventura.
También sabía que
es necesario respetar algunos temores, capaces de evitarle a uno el verdadero
peligro. Pero ahora comprendía que la mayoría de sus temores eran irracionales
y que le habían impedido cambiar cuando más lo necesitaba.
En su momento no le
gustó admitirlo, pero sabía que el cambio había resultado ser una bendición
disfrazada, puesto que le condujo a encontrar un Queso mejor.
Había descubierto
incluso una mejor parte de sí mismo.
Al recordar todo lo
aprendido, pensó en su amigo Hem. Se preguntó si habría leído algunas de las
frases escritas en la pared del depósito Q y a lo largo de todo el camino
seguido a través del laberinto.
¿Había tomado Hem
la decisión de desprenderse del pasado y seguir adelante? ¿Había entrado en el
laberinto y descubierto que podía mejorar su vida?
¿O se encontraba
todavía paralizado porque no quería cambiar?
Haw pensó en
regresar al depósito de Queso Q, para ver si podía encontrar a Hem, confiando
en su capacidad para regresar de nuevo hasta aquí. Penso que si hablaba con Hem
podría mostrarle como salir de la difícil situación en que se hallaba.
Pero entonces
comprendió que ya había intentado que su amigo cambiara.
Hem tendría que
encontrar su propio camino, ir más allá de sus propias comodidades y temores.
Eso era algo que nadie podría hacer por él, de lo que nadie podría convencerlo.
De algún modo tenía que comprender la ventaja de cambiar por sí mismo.
Haw sabía que había
dejado atrás un rastro para Hem, y que si éste quería, encontraría el camino
limitándose a leer las frases escritas en la pared.
Se acercó ahora a
la pared más grande del depósito de Queso N y escribió un resumen de todo lo
aprendido. Dibujó primero un gran trozo de queso y en su interior escribió las
frases. Luego, al repasar lo escrito, sonrió:
El cambio ocurre
El Queso no cesa de moverse
Anticípate al cambio
Prepárate para cuando se mueva el Queso
Controla el cambio
Olfatea el Queso con frecuencia
Para saber cuando se vuelve rancio
Adáptate al cambio con rapidez
Cuanto más rápidamente te olvides del Queso
Viejo, antes podrás disfrutar del Queso Nuevo
Cambia
Muévete con el Queso
¡Disfruta del cambio!
Saborea la aventura y disfruta del sabor del
Queso Nuevo
Prepárate para cambiar con rapidez y para
disfrutarlo una y otra vez
El Queso no cesa de moverse
Haw comprendió lo
lejos que había llegado desde la última vez que estuviera con Hem, en el
depósito de Queso Q, pero sabía que le resultaría muy fácil volver atrás si se
dormía en los laureles. Así que cada día inspeccionaba con atención el depósito
de Queso N, para comprobar en que estado se encontraba su Queso. Estaba
dispuesto a hacer todo lo que pudiera para evitar verse sorprendido por un
cambio inesperado.
Aunque disponía de
un gran suministro de Queso, realizó frecuentes salidas por el laberinto,
dedicándose a explorar zonas nuevas, para mantenerse en contacto con lo que
estaba sucediendo a su alrededor. Sabía que era mucho más seguro conocer lo
mejor posible las verdaderas alternativas de que disponía, antes de aislarse en
su zona de comodidad.
En una de tales
ocasiones, escuchó lo que le pareció el sonido de un movimiento allá al fondo,
en los recovecos del laberinto. A medida que el sonido se hizo más intenso, se
dio cuenta de que se acercaba alguien.
¿Podía ser Hem, que
llegaba?¿Estaría a punto de doblar la esquina más cercana?
Haw rezó una breve
plegaria para sus adentros y se limitó a confiar, como tantas veces hiciera
últimamente, en que quizá, por fin, su amigo fuera finalmente capaz de…
¡Moverse con el
queso y disfrutarlo!
Un
debate
Algo más tarde, ese mismo día
Varios le dieron
las gracias y le aseguraron que sacarían buen provecho de aquella narración.
–¿Qué os parecería
si nos reuniéramos más tarde para comentarla un poco? –
le planteó Nathan
al grupo.
La mayoría de ellos
contestaron que les encantaría hablar sobre lo que acababan de escuchar, así
que dispusieron encontrarse más tarde para tomar una copa antes de cenar.
Esa noche, reunidos
en el salón del hotel, empezaron a bromear unos con otros acerca de encontrar
su “Queso” y verse a sí mismos metidos en el laberinto.
Entonces, con toda
naturalidad, Angela preguntó a los miembros del grupo:
–Y bien, ¿quiénes
erais cada uno de vosotros en la narración?¿Fisgón, Escurridizo, Hem o Haw?
–Precisamente esta
tarde me dediqué a pensar en eso –contesto Carlos–.
Recuerdo con
claridad una época, antes de que iniciara mi empresa de artículos deportivos,
en la que tuve un duro encontronazo con el cambio.
“En aquella
situación no fui Fisgón, desde luego, porque no husmeé la situación ni detecté
a tiempo el cambio que se estaba produciendo y ciertamente tampoco fui
Escurridizo: no entré en acción inmediatamente.
“Más bien fui como
Hem, que quería permanecer en territorio conocido. Lo cierto es que… Lo cierto
es que no quería tener nada que ver con el cambio. Ni siquiera deseaba verlo.
Michael, para quien
el tiempo no parecía haber transcurrido desde los años que él y Carlos fueron
tan buenos amigos en la escuela, preguntó:
–¿De qué estas
hablando, amigo?
–De un inesperado
cambio de trabajo –contestó Carlos.
–¿Te despidieron?
–preguntó Michael echándose a reír.
–Bueno, digamos que
no quería salir ahí fuera a buscar Queso Nuevo. Creí tener una buena razón por
la que el cambio no me ocurriría a mi. Así que, cuando sucedió, me sentí
bastante alterado.
Algunos de los
antiguos compañeros, que habían guardado silencio al principio, se sintieron
más cómodos ahora y empezaron a hablar, incluido Frank, que pertenecía a las
Fuerzas Armadas.
–Hem me recuerda a
un amigo mío –dijo Frank–. Iban a cerrar su departamento, pero él no quiso
darse por enterado. No hacían más que resituar a su gente en otros
departamentos. Todos tratamos de convencerlo de las múltiples oportunidades que
existían en la empresa para quienes estuvieran dispuestos a ser flexibles, pero
a él no le pareció necesario cambiar. Fue el único sorprendido cuando
finalmente cerraron su departamento. Ahora lo esta pasando muy mal, tratando de
adaptarse a un cambio que no creía que pudiera producirse.
–Yo tampoco creía
que pudiera suceder a mí –dijo Jessica–, pero lo cierto es que también han
cambiado mi “Queso” de sitio en más de una ocasión, sobre todo en mi vida
personal, aunque de eso podemos hablar más tarde si queréis.
Algunos del grupo
se echaron a reír, excepto Nathan.
–Quizá se trate
precisamente de eso –dijo Nathan–. El cambio es algo que nos ocurre a todos. Me
habría gustado que mi familia escuchara mucho antes esta fábula del Queso.
Lamentablemente, no quisimos ver los cambios que se nos avecinaban en nuestro
negocio y ahora ya es demasiado tarde, porque vamos a tener que cerrar muchas
de nuestras tiendas.
La noticia
sorprendió a muchos miembros del grupo, convencidos de que Nathan era muy
afortunado por dirigir un negocio en cuyos beneficios y buena marcha podía
confiar, año tras año.
–¿Qué ocurrió?
–quiso saber Jessica
–Nuestra cadena de
pequeñas tiendas se quedó repentinamente anticuada cuando llegaron los grandes
supermercados a la ciudad, con sus enormes existencias y bajos precios.
Simplemente, no pudimos competir con ellos.
“Ahora me doy
cuenta de que, en lugar de ser como Fisgón y Escurridizo, fuimos como Hem. Nos
quedamos donde estabamos y no cambiamos. Tratamos de ignorar lo que estaba
sucediendo y ahora nos vemos metidos en graves problemas.
Podríamos haber
aprendido un buen para de lecciones de Haw ya que, ciertamente, no fuimos
capaces de reírnos de nosotros mismos y cambiar lo que estabamos haciendo.
Laura, que había
llegado a convertirse en una importante mujer de negocios, había escuchado con atención,
pero sin intervenir. Ahora dijo:
–Esta tarde también
he pensado en esa narración. Me pregunté como podía ser más como Haw y ver que
estaba haciendo mal, reír de mi misma, cambiar y conseguir que las cosas fuesen
mejor. Siento curiosidad –añadió tras una pausa–
¿Cuántos de los
presentes tenéis miedo al cambio? –Nadie respondió, así que sugirió–: ¿Qué os
parece si levantáis la mano?
Sólo se levantó una
mano.
–Bueno, por lo
menos contamos con una persona sincera en el grupo –dijo Laura–. Quizá os guste
más la siguiente pregunta: ¿cuántos, de los aquí presentes, creen que los demás
le tienen miedo al cambio?
Prácticamente todos
levantaron la mano. Fue entonces cuando se echaron a reír.
–¿Qué nos enseña
eso?
–Negación –contestó
Nathan.
–Desde luego –admitió
Michael–. A veces ni siquiera somos conscientes de que tenemos miedo. Yo sé que
lo tuve. Al escuchar el cuento por primera vez, me encantó aquella pregunta que
Haw se hace en un momento determinado: “¿Que haría si no tuviese miedo?”.
–Lo que yo he sacado
en claro –dijo Jessica– es que el cambio ocurre en todas partes y que haré
mucho mejor en adaptarme a él con rapidez en cuanto ocurra.
“Recuerdo lo
sucedido hace años, cuando nuestra empresa vendía las enciclopedias que
producíamos como un conjunto de más de veinte libros. Una persona intentó
convencernos de que debíamos introducir toda la enciclopedia en un solo disco
de ordenador y venderlo por una fracción del precio que cobrábamos. Nos aseguró
que de ese modo sería más fácil actualizar, nos costaría mucho menos que
fabricar y habría mucha más gente capaz de comprarla. Pero todos nos resistimos
a aceptar la idea.
–¿Por qué os
resististeis? –quiso saber entonces Nathan.
–Porque todos
estabamos convencidos de que la espina dorsal de nuestro negocio se encontraba
en nuestro gran equipo de ventas, dedicado a visitar a la gente puerta a
puerta. El mantenimiento del equipo de ventas dependía de las grandes
comisiones que se ganaban, gracias al elevado precio de nuestro producto.
Llevábamos haciendo
lo mismo con éxito desde hacia muchos años, y creímos poder seguir haciéndolo
para siempre.
–Quizá la historia
de Hem y Haw se refiriese a eso cuando habla de la arrogancia del éxito
–comentó Laura–. No se dieron cuenta de que necesitaban cambiar algo que hasta
entonces había funcionado muy bien.
–Y pensasteis que
vuestro viejo Queso era vuestro único Queso.
–En efecto, y
quisimos aferrarnos a eso.
–Al pensar ahora en
lo que nos ocurrió, comprendo que no se trata únicamente de que “nos cambiaran
el Queso de sitio”, sino de que el Queso parece tener vida propia y,
finalmente, se acaba.
“En cualquier caso,
lo cierto es que no cambiamos. Pero un competidor si cambió y nuestras ventas
se hundieron. Pasamos por momentos muy difíciles. Ahora se está produciendo
otro gran cambio tecnológico en la industria y parece como si en la empresa no
hubiera nadie dispuesto a tomar conciencia de ello. Las perspectivas no son
nada buenas y creo que pronto me quedaré sin trabajo.
–¡Es hora de
explorar el laberinto! –exclamó Carlos.
Todos se echaron a
reír, incluida Jessica. Carlos se volvió hacia ella y le dijo:
–Es bueno que seas
capaz de reír de ti misma.
–Eso fue
precisamente lo que yo saqué en claro del relato –intervino Frank–.
Tiendo a tomarme
demasiado en serio a mí mismo. Observé como Haw cambió
cuando finalmente
pudo reír de sí mismo y de lo que estaba haciendo. No es nada extraño que lo
llamaran Haw.
–¿Creéis que Hem
cambió alguna vez y encontró el Queso Nuevo? –preguntó Angela.
–Yo diría que sí
–contestó Elaine.
–Pues yo no estoy
tan segura –dijo Cory–. Algunas personas no cambian nunca, y pagan por ello un
precio muy alto. En mi consulta medica veo a gente como Hem. Se sienten con
derecho a disfrutar de su “Queso”. Cuando se les arrebata, se sienten como
víctimas y le echan la culpa a los otros. Enferman con mucha mayor frecuencia
que aquellas otras personas que dejan atrás el pasado y siguen avanzando.
Entonces, casi como
si hablara consigo mismo, Nathan dijo en voz baja:
–Supongo que la
cuestión es: ¿de qué necesitamos desprendernos y hacia qué necesitamos seguir
avanzando?
Durante un rato,
nadie dijo nada.
–Debo admitir
–siguió diciendo Nathan– que me di cuenta de lo que estaba sucediendo con
tiendas como la nuestra en otras partes del país, pero confiaba en que eso no
nos afectaría a nosotros. Supongo que es mucho mejor iniciar el cambio mientras
aún se puede, en lugar de tratar de reaccionar y adaptarse a él una vez que ha
ocurrido. Quizá seamos nosotros mismos los que debamos cambiar de sitio nuestro
Queso.
–¿Qué quieres decir?
–preguntó Frank.
–No dejo de
preguntarme donde estaríamos hoy si hubiéramos vendido la propiedad donde se
hallaban instaladas nuestras viejas tiendas y hubiésemos construido un gran
supermercado capaz de competir con el mejor de ellos.
–Quizá Haw se
refirió a eso al escribir en la pared algo así como “Saborea la aventura y
muévete con el Queso” –comentó Laura.
–Creo que algunas
cosas no deberían cambiar –dijo Frank–. Por ejemplo, deseo aferrarme a mis
valores básicos. No obstante, ahora comprendo que estaría mucho mejor, si me
hubiera movido antes en la vida, siguiendo al “Queso”.
–Bueno, Michael, ha
sido una bonita parábola –intervino Richard, el escéptico de la clase–, pero
¿cómo la pusiste en práctica en tu empresa?
El grupo no lo
sabia aún, pero el propio Richard también estaba experimentando algunos
cambios. Recientemente se había separado de su esposa y ahora trataba de
compaginar su carrera profesional con la educación de sus hijos adolescentes.
–Bueno –contestó
Michael–, pensé que mi trabajo consistía simplemente en gestionar los problemas
cotidianos tal como se presentaban. Lo que debía haber hecho, en realidad, era
mirar hacia delante y prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor.
“¡Y vaya si
gestionaba los problemas! ¡Durante veinticuatro horas al día! No resultaba muy
divertido estar a mi lado. Me encontraba en medio de una competencia feroz de
la que no podía salir.
–Lo que hacías era
gestionar –le dijo Laura–, cuando deberías haberte dedicado a dirigir.
–Exactamente
–asintió Michael–. Entonces, al escuchar el cuento de ¿Quién se ha llevado mi
queso? , me di cuenta de que mi trabajo debía ser el de trazar una imagen del
“Queso Nuevo” que todos deseáramos alcanzar, para que pudiéramos disfrutar
cambiando y teniendo éxito, ya fuese en el trabajo o en la vida.
–¿Qué hiciste en el
trabajo? –preguntó Nathan.
–Bueno, al
preguntar a la gente de nuestra empresa con qué personajes de la narración se
identificaban, comprendí que en nuestra organización se hallaban representados
los cuatro personajes. Empecé a ver a los Fisgones y a los Escurridizos, a los
Hem y los Haw, a cada uno de los cuales había que tratar de un modo diferente.
“Nuestros Fisgones
eran capaces de olfatear los cambios que se estaban produciendo en el mercado,
así que nos ayudaron a actualizar nuestra visión empresarial. Los animamos a
identificar en que podían desembocar aquellos cambios, en cuanto a nuevos
productos y servicios deseados por nuestros clientes. Eso les encantó, y nos
hicieron saber que les entusiasmaba trabajar en una empresa capaz de reconocer
el cambio y adaptarse a tiempo.
“A los Escurridizos
les gustaba hacer las cosas, así que se los animó a hacerlas, basándose en la
nueva visión empresarial. Sólo necesitaban un poco de control para que no se
apresuraran a seguir una dirección equivocada. Se los recompensó entonces por
aquellas acciones que nos aportaban Queso Nuevo, y a ellos les encantó trabajar
en una empresa que valoraba la acción y los resultados.
–¿Y que me dices de
los Hem y los Haw? –preguntó Angela.
–Lamentablemente,
los Hem eran las anclas que nos dificultaban el avance –
contestó Michael–.
O bien se sentían demasiado cómodos o bien le tenían demasiado miedo al cambio.
Algunos de ellos sólo cambiaron cuando captaron la visión razonable que les
presentamos, en la que se demostraba como el cambio funcionaría en su propio
beneficio.
“Nuestros Hem nos
dijeron que deseaban trabajar en un lugar en el que se sintieran seguros, de
modo que los cambios habían de tener sentido para ellos y aumentar su sensación
de seguridad. Al comprender el verdadero peligro que les acechaba si no
cambiaban, algunos lo hicieron y les fue bien. La visión empresarial nos ayudó
a transformar a muchos de nuestros Hem en Haw.
–¿Qué hicisteis con
los Hem que no cambiaron? –preguntó Frank.
–Tuvimos que
despedirlos –contestó Michael con pesar–. Queríamos conservar a todos nuestros
empleados, pero sabíamos que si nuestro negocio no se transformaba con
suficiente rapidez, todos sufriríamos las consecuencias y tendríamos graves
problemas.
“Lo mejor de todo
es que, si bien al principio nuestros Haw se mostraron vacilantes, fueron lo
bastante abiertos para aprender algo nuevo, actuar de modo diferente y
adaptarse a tiempo para ayudarnos a tener éxito.
“Pasaron a esperar
el cambio y hasta lo buscaron activamente. Al comprender la naturaleza humana,
nos ayudaron a pintar una visión realista del Queso Nuevo. Una visión que tenia
sentido común prácticamente para todos.
“Nos dijeron que
querían trabajar en una organización que diera a la gente seguridad en sí misma
y herramientas para el cambio. Y nos ayudaron a conservar nuestro sentido del
humor, al tiempo que íbamos tras nuestro Queso Nuevo.
–¿Y sacaste todo
eso de un cuento tan sencillo? –preguntó Richard.
–No fue el cuento,
sino aquello que hicimos de modo diferente, basándonos en lo que tomamos de él
–contestó Michael con una sonrisa.
–Yo soy un poco
como Hem –admitió Angela–, así que, para mí, la parte más poderosa de la
narración fue el momento en que Haw se ríe de sus propios temores y se hace una
imagen en su mente en la que se ve a sí mismo disfrutando de “Queso Nuevo”. Eso
le permitió adentrarse en el laberinto con menos temor y disfrutar más de la
aventura. Y finalmente le fueron mejor las cosas. Eso es lo que casi siempre
deseo hacer.
–De modo que hasta
los Hem comprenden a veces las ventajas del cambio –
comentó Frank con
una sonrisa burlona.
–Como la ventaja de
conseguir un buen aumento de sueldo –añadió Angela con picardía.
Richard, que no
había dejado de mantener el ceño fruncido durante toda la conversación, dijo
ahora:
–Mi director no
hace más que decirme que nuestra empresa necesita cambiar.
Creo que me quiere
dar a entender que soy yo el que necesita cambiar, pero quizá no lo haya
querido comprender así hasta ahora. Supongo que en ningún momento me di cuenta
de que era eso del “Queso Nuevo”, o de lo que el director trataba de decirme.
Oh, creo que
haberlo comprendido me va a venir muy bien.
Una ligera sonrisa
cruzó por la cara de Richard, que al cabo de un rato añadió:
–Debo admitir que
me agrada esa idea de ver “Queso Nuevo” y de imaginarme disfrutando con su
sabor. Eso me anima mucho. En cuanto uno comprende como se pueden mejorar las
cosas, se interesa más por conseguir que se produzca el cambio.
Quizá pudiera
utilizar eso en mi vida personal –añadió–. Mis hijos parecen pensar que nada en
su vida debería cambiar nunca. Supongo que actúan como Hem y que se sienten
coléricos. Probablemente, temen lo que les depare el futuro. Quizá no les haya
pintado una imagen muy realista del “Queso Nuevo”, probablemente porque ni
siquiera yo mismo la he podido ver.
El grupo guardó
silencio, mientras varios de los presentes pensaban en sus propias vidas.
–Bueno –dijo
finalmente Jessica–, la mayoría de la gente habla sobre puestos de trabajo,
pero mientras escuchaba contar la historia pensé en mi vida personal. Creo que
mi relación actual es “Queso Viejo” que esta muy enmohecido.
Cory se echó a
reír, mostrándose muy de acuerdo.
–A mi me ocurre lo
mismo. Probablemente necesito desprenderme de una mala relación.
–O, quizá, el
“Queso Viejo” no sea más que viejos comportamientos –intervino Angela–. De lo
que realmente necesitamos desprendernos es del comportamiento que provoca
nuestra mala relación, y pasar luego a una mejor forma de pensar y de actuar.
–Buena observación
–reaccionó Cory–. El queso nuevo puede ser una relación nueva con la misma
persona.
–Empiezo a pensar
que en todo esto hay mucho más de lo que me imaginaba
–dijo Richard–. Me
gusta la idea de desprenderme del comportamiento antiguo, en lugar de dejar la
relación. Repetir el mismo comportamiento no hará sino obtener los mismos
resultados.
“Por lo que se
refiere al trabajo, quizá en lugar de cambiar de puesto de trabajo debería
cambiar mi forma de hacer el trabajo. Probablemente, si lo hubiera hecho antes
así, ahora ya ocuparía un mejor puesto” Becky, que vivía en otra ciudad, pero
que había vuelto para participar en la reunión dijo:
–Mientas escuchaba
la narración y los comentarios que hacíais, no he podido evitar reír de mi
misma. He sido una Hem durante mucho tiempo, temerosa del cambio. No sabía que
hubiera tanta gente que hiciera lo mismo. Temo haber transmitido esa actitud a
mis hijos, sin siquiera saberlo.
“Ahora que lo
pienso, me doy cuenta de que el cambio puede conducir realmente a un lugar
nuevo y mejor, aunque en el momento en que se avecina no lo parezca así y
tengamos miedo.
“Recuerdo lo que
sucedió el año en que nuestro hijo ingresó en el primer curso de la escuela
superior. El trabajo de mi esposo nos obligó a trasladarnos desde Illinois a
Vermont y nuestro hijo se alteró bastante porque tenía que dejar a sus amigos.
Era muy buen nadador y la escuela superior de Vermont no contaba con equipo de
natación. Así que se enojó mucho con nosotros por obligarlo a acompañarnos.
“Resultó que se
enamoró de las montañas de Vermont, empezó a esquiar, ingresó en el equipo de
esquí del colegio y ahora vive felizmente en Colorado.
“Si todos
hubiéramos disfrutado juntos de esta historia del Queso, tomando una buena taza
de chocolate caliente, le habríamos ahorrado mucho estrés a nuestra familia.
–En cuanto regrese
a casa se la contaré a mi familia –dijo Jessica–. Les preguntaré a mis hijos
quién creen que soy, si Fisgón, Escurridizo, Hem o Haw; y quiénes creen ser
ellos mismos. Podemos hablar sobre lo que nuestra familia percibe como Queso
Viejo y cuál podría ser para nosotros el Queso Nuevo.
–Esa si que es una
buena idea –admitió Richard, sorprendiendo a todos, incluso a sí mismo.
–Creo que me voy a
parecer más a Haw –comentó Frank–. Procuraré cambiar de sitio con el Queso y
disfrutarlo. Y también les voy a contar esta narración a mis amigos, a los que
les preocupa abandonar el Ejercito y lo que ese cambio puede significar para
ellos. Eso podría conducirnos a algunas discusiones bastante interesantes.
–El caso es que así
fué como mejoramos nuestra empresa –dijo Michael–.
Mantuvimos varias
reuniones de análisis acerca de lo que podíamos sacar en limpio de la fábula
del Queso y como podíamos aplicarla a nuestra propia situación.
“Fue estupendo
porque, al hacerlo así, tuvimos a nuestra disposición una forma de hablar y de
entendernos acerca de cómo afrontar el cambio que hasta resultó divertida. Fue
algo muy efectivo, sobre todo después de que empezara a difundirse más
profundamente por la empresa.
–¿Qué quieres decir
con eso de “más profundamente”? –preguntó Nathan.
–Bueno, cuanto más
lejos llegábamos en nuestra organización, tanta más gente encontrábamos con la
sensación de tener menos poder. Comprensiblemente, sentían más temor ante lo
que el cambio pudiera imponerles desde arriba. Por eso se resistían al cambio.
“En resumidas
cuentas, que un cambio impuesto despierta oposición. Pero cuando compartimos la
narración del Queso con prácticamente todos los que trabajaban en nuestra
organización, eso nos ayudó a transformar nuestra forma de considerar el
cambio. Ayudó a todos a reír, o al menos a sonreír ante los viejos temores y a
experimentar el deseo de seguir adelante.
“Sólo desearía
haberla escuchado antes –terminó diciendo Michael.
–¿Cómo es eso?
–preguntó Carlos.
–Porque resulta que
cuando empezamos a hacer frente a los cambios, el negocio iba ya tan mal que
tuvimos que despedir a parte del personal, como ya he dicho antes, incluidos
algunos buenos amigos. Fue algo muy duro para todos nosotros. Sin embargo, los
que se quedaron, y también la mayoría de los que tuvieron que marcharse,
dijeron que la narración del Queso les había ayudado mucho a ver las cosas de
modo diferente y a afrontar mejor las situaciones.
“Los que tuvieron
que marcharse y buscar un nuevo puesto de trabajo dijeron que les resultó duro
al principio, pero que recordar la narración que les habíamos contado les había
ayudado.
–¿Qué fue lo que
más les ayudo? –preguntó Angela.
–Una vez que
dejaron atrás sus temores –contestó Michael–, me dijeron que lo mejor de todo
fue el haberse dado cuenta que ahí fuera había Queso Nuevo que, simplemente,
estaba esperando a que alguien lo encontrara.
“Dijeron tener una
imagen del Queso Nuevo en su mente, viéndose a sí mismos progresando en un
nuevo puesto de trabajo, lo que los hizo sentirse mejor y les ayudó a realizar
mejores entrevistas laborales y a obtener mejores puestos.
–¿Y qué me dices de
la gente que permaneció en tu empresa? –preguntó Laura.
–Bueno –contestó
Michael–, en lugar de quejarse por los cambios cuando se producen, la gente se
limita a decir ahora “Ya han vuelto a llevarse el Queso.
Busquemos el Queso
Nuevo”. Eso nos ahorra mucho tiempo y reduce el estrés.
La gente que hasta
entonces se había resistido no tardó en comprender las ventajas de cambiar y
hasta ayudaron a producir el cambio.
–¿Por qué crees que
cambiaron? –preguntó Cory.
–Cambiaron en
cuanto varió la presión de sus compañeros en nuestra empresa. –Después de mirar
a los presentes, preguntó–: ¿Qué creéis que sucede en la mayoría de
organizaciones en las que habéis estado, cuando la alta dirección anuncia un
cambio?¿Os parece que la mayoría de la gente dice que ese cambio es una gran
idea o una mala idea?
–Una mala idea
–contestó Frank.
–En efecto –asintió
Michael–. ¿Y por qué?
–Porque la gente
quiere que las cosas sigan igual –contestó Carlos–, y está convencida de que el
cambio será malo para todos ellos. En cuanto alguien dice que el cambio es una
mala idea, los demás dicen lo mismo.
–Así es. Cabe
incluso la posibilidad de que no sientan realmente de ese modo
–corroboró
Michael–, pero se muestran de acuerdo con tal de llevarse bien con los demás.
Esa es la clase de presión de los compañeros que lucha contra el cambio en
cualquier organización.
–¿Cómo cambiaron
las cosas después de que la gente escuchara esta narración del Queso? –preguntó
Becky.
–La presión de los
compañeros cambió –contesto Michael–, ¡sencillamente porque nadie quería
parecer un Hem!
Todos se echaron a
reír.
–Querían husmear
los cambios y detectarlos con antelación, ponerse rápidamente manos a la obra
en lugar de demostrar indecisión y quedarse atrás.
–Es una buena
consideración –dijo Nathan–. En nuestra empresa nadie quiere parecer un Hem.
Con tal de no serlo, hasta puede que cambien. ¿Por qué nos has contado esta
fábula en nuestra última reunión? Esto podría funcionar.
–Puedes tener la
seguridad de que funciona –reafirmó Michael–. Funciona mejor, claro está,
cuando todos los miembros de una organización conocen el relato, tanto si se
trata de una gran empresa como de un pequeño negocio o de la familia, porque
una organización sólo puede cambiar cuando hay en ellas suficientes personas
dispuestas a cambiar.
Luego, tras una
pausa, les ofreció una última idea:
–Al darnos cuenta
de lo bien que había funcionado para todos nosotros, empezamos a contarle la
historia a todos aquellos con los que hacíamos negocios, conscientes de que
ellos también tenían que vérselas con el cambio. Les sugerimos que nosotros
podíamos ser su “Queso Nuevo”, es decir, mejores socios que contribuyeran a su
propio éxito. Y eso, en efecto, nos condujo a nuevos negocios.
Aquello le dio a
Jessica algunas ideas y le recordó que a la mañana siguiente tenía que hacer
varias llamadas de ventas a una hora muy temprana. Miró su reloj y dijo:
–Bueno, creo que ya
va siendo hora de que me retire de este depósito de Queso y encuentre algo de
Queso Nuevo.
Todos se echaron a
reír e iniciaron las despedidas. Muchos de ellos deseaban continuar con la
conversación, pero tenían que marcharse. Al hacerlo, le dieron de nuevo las
gracias a Michael.
–Me alegro mucho de
que este cuento os haya parecido tan útil –les dijo–, y confío en que pronto
tengáis la oportunidad de contárselo a otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario